"A lo largo de toda mi vida adulta he tenido que convivir con el desarraigo", sostuvo el último Nobel de Literatura de origen tanzano, el escritor Abdulrazak Gurnah, autor de una obra que activa las tensiones de la experiencia histórica que impone el colonialismo y sus efectos, durante una conferencia de prensa a propósito de la publicación al español de "A orillas del mar", novela que se inicia con la llegada de un refugiado a Londres y que deriva en una trama sobre las realidades africanas y los ecos de la huida, un estatus que también se vincula a su biografía cuando se exilió a Inglaterra con 18 años. En la novela recién publicada por Salamandra, Saleh Omar llega al aeropuerto Gatwick en Londres con un pasaporte falso, un cofrecito caoba con un incienso de aroma exquisito y 65 años, una edad que despista si se toma al exilio como la condición de posibilidad para encontrar refugio o futuro en otro lugar. El personaje, como escribe el narrador, viajó desde Zanzíbar, una isla de Tanzania, y es demasiado viejo: "demasiado viejo para trabajar en un hospital, demasiado viejo para engendrar a una futura estrella de la selección inglesa de críquet, demasiado viejo para todo salvo para darse de alta en la Seguridad Social, conseguir un piso de protección oficial y asegurarse una cremación subvencionada por el Estado". Aunque sabe hablar inglés porque de niño fue elegido por la Corona para educarse en la lengua de los colonizadores, sigue los consejos que le recomendaron: no decir una sola palabra. Se abraza a dos: "Refugiado. Asilo". Y lo cuenta así: "Soy un refugiado, un solicitante de asilo. No son palabras huecas, aunque el hábito de oírlas haga que lo parezcan". Lo cierto es que desde su desembarco, Saleh es sometido a una operación de doble filo: la superioridad moral de un país que recibe al que parece necesitarlo y al mismo tiempo la sospecha constante que se encubre sobre ese otro. En el medio, hay burócratas perversos y "onegeistas" que intentan ayudar pecando incluso de ingenuidad o sin sopesar las sensibilidades que atraviesa alguien que se ve obligado a escapar de su hogar. Pero a pesar de esos atributos poco prometedores para la mirada moldeadora de la dominación, el hombre añoso para el sometimiento que exige el capital logra entrar gracias a las gestiones de una intermediaria que busca dar asilo a quienes deben huir de su país.
"El desarraigo es algo que puede ocurrir a las personas cuando están solo a quince kilómetros de casa pero yo estoy interesado en movimientos de personas más amplios, personas que tienen que están obligados a abandonar sus países por la guerra, la violencia o por otras razones".
Su mudez significará la aparición de un intérprete, Latif Mahmud, un hombre al que casualmente conocía de joven y que una vez entrada la novela será quien domine el punto de vista de la historia. Porque si algo logra Abdulrazak Gurnah en esta novela es desplegar una sinergia llamativa que va de una voz a otra, lo que es ir detrás de dos experiencias de desarraigo y formas de mirar el pasado. Ya lo dijo la Academia Sueca cuando decidió otorgar este premio a un escritor que hasta entonces era desconocido para la escena literaria internacional. Su obra es una "conmovedora descripción de los efectos del colonialismo y la historia de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes", señaló el fallo de la organización que en 120 años distinguió a cinco autores de África. Que su nombre se sumara al estrellato de las letras le valió una difusión y un reconocimiento inesperado, como también compromisos que le sacan tiempo a la escritura. Si el chiste es el deseo oculto, Gurnah no disimula cierta incompatibilidad entre la fama y la escritura. "Todo el mundo sabe que he ganado el Nobel, desde luego me ha cambiado la vida para empezar, es un gran honor y además sumarme a una lista de autores que tanto admiro. Es excelente, es el sueño de cualquier autor. Todos deseamos que nos ocurra esto. Pero desde luego el cambio viene por otras vías, muchas personas que te invitan a proyectos. Yo espero volver a tener tiempo para volver a escribir", dijo en conferencia de prensa con medios de América Latina y España. Radicado en Inglaterra hace más de medio siglo, Gurnah habla de europeos y africanos y aunque no lo explicita, los europeos son otros, a pesar de que él mismo eligió la lengua inglesa -y no la suajili- para su prosa literaria y desarrolló mucho de su carrera docente en la Universidad de Kent, donde impartió literatura inglesa y poscolonial hasta su jubilación en 2017. Escribió "Desertion", "Afterlives" y "Paraíso", de reciente publicación en Argentina y que junto a "A orillas del mar" conforman la única dupla literaria hallable del Nobel en nuestro país. Africano y "de color", uno de los pocos de ese continente premiado en la larga historia de la Academia Sueca; aunque no sabe el impacto que eso tiene, reconoce que la vacancia refleja que en la historia de los Nobel de Literatura "las decisiones son de los europeos". Prefiere agudizar la mirada: "¿Cuánto autores chinos, japoneses o de otros lugares han ganado el Nobel de Literatura? La pregunta es ¿porqué han sido siempre personas de origen europeo? Y la respuesta es obvia: eso expresa la estrechez de los valores que se otorga a las producciones literarias no europeas, que se les da un valor muy pequeñito".
"Es triste que este tipo de hospitalidad, de preocupación humana, no siempre se extienda también a los afganos, a los sirios o a los iraquíes"
Volviendo al nodo medular de su obra, Gurnah coincide con las lecturas que se han hecho de sus libros: el desarraigo. "Si, desde luego -sostuvo el tanzano en un intercambio por Zoom, en una escenografía simplista, con apenas el atisbo de una biblioteca recortada como fondo-. El desarraigo es algo que puede ocurrir a las personas cuando están solo a quince kilómetros de casa pero yo estoy interesado en movimientos de personas más amplios, personas que tienen que están obligados a abandonar sus países por la guerra, la violencia o por otras razones". "Ha sido en parte mi propia experiencia personal, por lo tanto es algo que a lo largo de toda mi vida adulta he tenido que convivir con el desarraigo de estar en otros países", agregó sobre este fenómeno que en su opinión es global e histórico, y que él vivió en carne propia cuando se exilió a sus 18 años, escapando como ha dicho en otras oportunidades de la represión en Tanzania. De medio siglo al presente, las imágenes que la televisión y las redes sociales muestran del exilio de ucranianos por la invasión rusa dan vuelta el espejo que muchas veces ha colocado a los refugiados como personas provenientes de países no europeos, con culturas ajenas, distintas, otras. "Siento compasión y lo mismo que todos sentimos, ¿qué más uno puede sentir cuando ve un ataque cruel y malévolo sobre los hogares de muchas personas? Lo único que puedo sentir es que es terrible", declaró sobre lo que está ocurriendo con las migraciones que desembarcan desde Ucrania. Sin embargo, Gurnah incorpora un matiz, una sutileza que amplifica la reflexión, al señalar que esos refugiados "tienen una ´cierta suerte´" porque "hay muchos vecinos que han respondido con compasión en muchos lugares del mundo y sobre todo en países vecinos, pero no todos los pueblos son bien recibidos así. Desde luego, solo se puede sentir tristeza cuando una vez más se ve a las personas huir de sus países y perder a sus seres queridos", lamentó. "No estoy seguro de si los lectores o el público en general son hoy más conscientes o más comprensivos respecto a los refugiados y a las personas desplazadas, pero inevitablemente deben ser más sensibles porque aparecen en los periódicos estas noticias tan tristes, es imposible no saber que están ocurriendo esas cosas", consideró sobre los movimientos de desplazados que en el último tiempo tomaron las agendas geopolíticas y sociales. Medido en sus intervenciones, el Nobel también diagnosticó que "en algunas partes de Europa hay cierta reticencia a los migrantes. Los migrantes no van solamente hacia Europa; también los europeos han migrado a muchos países del mundo durante siglos. En Europa hay reticencia hacia lo extraño y no es ninguna novedad. Y en este caso la distancia tiene que ver con las personas que vienen del sur del mundo. Esta reticencia responde al racismo de algunos países de Europa". Por eso, no le llama la atención que los países europeos muestren una acogida más de bienvenida con las personas que escapan de Ucrania en busca de refugio, que con los que llegan en barcos desde las sabanas. "No resulta sorprendente que muestren más simpatía. Son sus vecinos o incluso algunos son de las mismas familias, al menos en algunas zonas de Alemania o Rumanía es así. Pero es triste, aunque no sea sorprendente, es triste que este tipo de hospitalidad, de preocupación humana, no siempre se extienda también a los afganos, a los sirios o a los iraquíes que aparecieron en la frontera entre Polonia y Bielorrusia". A pesar de este comportamiento, destacó como "ventaja" que esta triste experiencia refleja la "actitud sesgada hacia las personas que vienen de distintos países". ¿Qué potencia tiene la literatura para transformar o advertir estas reflexiones que el Nobel alumbra en sus declaraciones, esas que le quitan tiempo a su escritura? Su literatura hace un tajo a los efectos y las herencias del colonialismo, "esa experiencia amplia y profunda" como la llama, pero eso no significa que romantice lo que había antes porque también refleja los conflictos y tensiones entre distintos pueblos y culturas, antes del "contacto". Para él, la fuerza de la escritura no radica en la intervención directa sino en su condición de posibilidad: "Uno no puede tirarle un libro a un tanque para pararlo. La literatura no puede intervenir contra la tiranía, la escritura no tiene esa fuerza pero sí puede aclararnos cosas para luchar si queremos hacerlo", señaló y como buscando la definición más acabada agregó: "Lo que sí puede hacer la literatura es informarnos para impedir que los tiranos abusen de nosotros y nos presionen tanto".